De todas las promesas distantes en el ámbito político, la abundancia parece encerrar en sí una infranqueable contradicción en el caso colombiano: por un lado existe ya, bajo la forma de recursos naturales y la riqueza del territorio, y por el otro su materialización en calidad de vida parece ser una tarea esquiva e inalcanzable. Ante esta perpetua condición de vivir en la pobreza sobre una mina de oro la riqueza se ha proyectado hacia el futuro como la finalidad de una lógica progresista, no ya centrada en el lujo y la opulencia propios de modos de pensar premodernos sino en la distribución democrática de condiciones materiales dignas. La abundancia asume una transformación de significado desde la modernización de las sociedades y la democratización de la política que encierra también una pregunta de fondo de cara a la sociedad de consumo y sus falencias: ¿es esto realmente abundancia? Frente al abaratamiento de todas las mercancías producidas en masa el bodegón parece mantener su capacidad de interpelar y de poner de manifiesto la trivialidad, la caducidad y la mortalidad.
Otra de las grandes promesas irredentas, aunque de por sí un poco más tangible, ha sido la paz. Desde el anuncio de las negociaciones entre el gobierno y las FARC hasta hoy, los acuerdos y su implementación han sido un eje transversal de la vida política nacional que ha vivido ya distintos capítulos. En un primer momento la aprobación del plebiscito se daba por obvia, lo cual permitía cierto margen a la discusión de fondo. Al fin y al cabo, la consigna del gobierno giraba alrededor de la construcción de una paz estable y duradera. La simplicidad reduccionista de este problema, que parecía igualar la paz con la disolución de un actor del conflicto, exige preguntarse si en dicho escenario hubiera podido propenderse hacia la tan anhelada “prosperidad para todos”, y si el vehículo para ello sería solamente aumentar la capacidad adquisitiva, a su vez sinónimo de artículos de consumo en el contexto de una sociedad de masas. No obstante, tras la derrota que significó el plebiscito y frente a un contexto geopolítico global en que la democracia mostraba sus patologías en distintas partes del mundo a la vez, parecía que esta versión incompleta y superficial de paz que proponía el gobierno incluso resultaba muy transgresora para la mayoría del electorado, por pequeño que haya sido el margen.
La lavadora, electrodoméstico paradigmático, es casi que un símbolo del bienestar democrático, del avance tecnológico en función de las masas, del desarrollo. La consigna débil del gobierno derrotado parecía cargar sobre su simplicidad y su candidez un proyecto higienista, un nuevo mañana que empieza desde la limpieza. Desde lo más prosaico de la razón de ser de las negociaciones, es decir, desde la finalización de un conflicto armado para poder avanzar hacia la prosperidad económica a través de la extensión de la clase media, los torrentes invisibles de la historia se manifiestan en el sabotaje del proceso y la lavadora que prepararía el nuevo magnana se destruye desde su propia inercia.
La ópera “Lucia di Lamermoor”, cantada por Enrico Caruso, fue escogida por Werner Herzog como la pista que sonaría durante el destrozo del barco de Fitzcarraldo río abajo en el Pongo. Dicho barco, el Nariño, fue comprado en Leticia para la producción de la película, y había sido, según Herzog, la sede de conversaciones de paz en la guerra colombo peruana. Luego de algunos años el barco quedó abandonado en algún atracadero fluvial de la amazonía colombiana. El coro de la ópera dice “Chi mi frena in tal momento?” (¿quién me frena en un momento así?).
Manifest Decline
Out of all the distant promises in the political sphere, abundance seems to engulf a strange and unavoidable contradiction for the Colombian case: On the one hand, it exists already under the form of its natural resources and on the other its completion and transformation in quality of life seems to be an impossible task. In front of this perpetual condition of living in poverty on top of a gold mine, wealth has been projected to the future as the end of a progressive logic not anymore centered on the luxury and opulence of premodern ways of thinking, but on the democratic ideals related to the distribution of prosperity among the population. The meaning of abundance is thus transformed with modernity and the democratization of politics, which also formulates a fundamental question in front of the shortages of consumption oriented societies: Is this really abundancy? In a context of constant reduction of prices for almost every mass profuced product, the still-life genre show vigency in its capacity of interpelating and evidencing triviality, vanity and mortality.
Another big idea among the category of unredeemed promises, although somehow more tangible, has been peace. Since the anouncement of the negotiations between the government and the Revolutionary Armed Forces of Colombia (FARC) until today, the peace agreementts and their implementation have been an axis of the political discussion, which has seen already several different chapters. On a first stage, the aproval of the referendum that was going to legitimize the process was given for granted, which allowed some degree of healthy critical discussion. After all, the premise of the government gravitated around the idea of constructing a stable and lasting peace. The reduccionist simplicity of this problem, which seemed to equate peace with the disarmament of one of the actors of the conflict, invited to question if in such a given scenario the so called prosperity for all (oficial moto of the administration) could be pursued. Furthermore, if the vehicle for such achievement resided only in the increment of the purchasing power, a synonym of consumer disposable goods for the masses.
Nonetheless, after the defeat suffered at the ballots and facing a global geopolitical context where democracy was showing its deeply rooted pathologies in different countries at once, it seemed that even this half boiled superficial idea of peace was too transgressive for the mayority of the electorate, however small the difference was.
The washing machine, a paradigm among appliances, became an icon of the prosperity of the postwar world. It embodies progress, technological improvements and emancipation for the masses. The weak chant of the defeated government seemed to carry in its simplicity and naivety an higienist proyect, a new tomorrow which started from cleanliness. Against the most obvious goals of the negotiation, i.e. the intention of putting an end to an armed conflict to accelerate the movement towards prosperity through the extension of the middle class, the invisible torrents of history manifested in the implosion of the process, and the washing machine preparing the future self destructs from its own inertia. Not too long before, in 1933, a war between Colombia and Peru was ending. Werner Herzog bought the ship in which the negotiations took place: The Nariño, as it was called, is unchained and goes down the river Pongo to its own destruction and the one of the endeavour behind it, while the opera Lucia di Lamermoor, sang by Enrico Caruso, plays in the background. The specifical aria of the opera is caleed Chi mi frena in tal momento? (Who stops me in such a moment?).
Declive Manifiesto (Manifest Decline)
HD Video
4:00 minutes
2017, Zwingli Kirche, Berlin.




Digital C Print
60 x 80 cm
2016
Prosperidad para todos (Prosperity for All): series of 16
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Variable dimensions
2017